En Cochabamba, la lluvia es mucho más que un fenómeno meteorológico; es parte de una danza climática que revela la diversidad regional. La precipitación media anual varía entre 5.000 milímetros en las zonas tropicales más húmedas y menos de 500 milímetros en las alturas de la cordillera y los valles mesotérmicos, generando microclimas únicos. Sin embargo, el cambio climático acrecienta su variabilidad, tornando las lluvias más impredecibles en términos de frecuencia e intensidad y dando lugar a periodos alternantes de sequía e inundaciones.
Por este motivo, los atajados, embalses y presas de altura, como la represa de Misicuni, cobran gran relevancia puesto que permiten almacenar agua en época de lluvias y regular su distribución en tiempo de estiaje. Pero ¿cómo es que el agua llega a las alturas para recargar estos reservorios? Respuesta corta: Gracias a los bosques y a las plantas.
Los árboles transpiran vapor de agua a partir de sus hojas. La evapotranspiración de miles de hectáreas de bosques genera corrientes de humedad conocidas como corredores atmosféricos o “ríos voladores”, que se condensan y precipitan en forma de lluvias cíclicas y regulares. Los bosques, distribuidos a lo largo de los distintos pisos ecológicos, constituyen una suerte de “escalera” que permite el ascenso del agua en forma de vapor y lluvia hacia las regiones más altas.