Sabemos que el reguetón es una música llena de vicios y antivalores. Eso dicen los miles de detractores que no le ven nada rescatable al género musical más consumido a nivel mundial. Los rankings de éxitos musicales demuestran que se trata de un fenómeno que involucra miles de personas, recursos tecnológicos y espacios culturales locales y globales. Además, genera millones de dólares en todas sus etapas y espacios de producción y consumo, casi siempre hablando de amor.
Si nos remitimos al pasado, podremos constatar que la temática más recurrente en las canciones populares siempre fue el amor. Con el invento del fonógrafo, la música comenzó a ser reproducida sin la presencia física de los intérpretes. Los melómanos podían escuchar sus canciones preferidas el momento que quisieran, sin salir de sus casas. El éxito de la llamada “canción de masa” que fortaleció la naciente industria fonográfica se basaba en letras de amor desengaño y traición.
Aunque parezca un pleonasmo, el amor siempre fue representado de manera romántica e idílica, tal como apareció en el periodo correspondiente de la historia del arte, en el siglo XIX. Era un ideal supremo al que parecían orientarse las creaciones de poetas, escritores y artistas que encontraban en esa idea la solución a la indeseada soledad del individuo moderno. El amor, mejor si correspondido, era el momento culminante de toda relación, cuya realización práctica se materializaba al convertirlo en verbo. Es decir, en el contacto sexual.
“Hacer el amor” era, en las canciones románticas del tango, el bolero, las rancheras, la zamba argentina, el samba brasileño, la cueca, etc., el ideal poéticamente insinuado, nunca explicitado, pero siempre presente como lo más sublime a ser alcanzado en la vida y la imaginación de artistas y consumidores. Grandes canciones y poemas derrocharon metáforas al referirse a tan sublime momento.
Pero los tiempos cambiaron. Las relaciones de pareja ahora no son tan idílicas como las del pasado. La globalización y la urgencia por vivir emociones inmediatas y con el menor compromiso posible han alterado las nociones del amor y la sexualidad, especialmente en los jóvenes. Ahora ya no es prioritario ni necesario transitar esa secuencia con el suspenso y las emociones que la conquista suponía. El orden de los factores ha cambiado. Ahora primero se tiene sexo y luego se busca el amor. El reguetón es el estilo que expresa esa inversión de manera más realista y cruda posible. Puede que sea uno de sus factores de éxito.
Gran parte de las letras referidas a relaciones de pareja hablan del sexo refiriéndose a órganos sexuales, acciones, movimientos, penetraciones, sensaciones, recuerdos, cuerpos y sentimientos. Para muchos, especialmente adultos, se ha caído en la vulgaridad y el vaciamiento del amor. Hacer el amor se ha desmitificado y convertido en un acto banal en la relación, tal como lo es un abrazo o un beso. Sin embargo, lo que no ha cambiado es la búsqueda de un amor correspondido y verdadero. Ese amor que todos los humanos desean y lo piensan como condición concreta para la felicidad plena. Las canciones siguen hablando de esa búsqueda, como algo difícil pero no imposible de alcanzar.
“Espero que lo de anoche no haya sido un polvito más”. “Me comí otro culo, pero pensando en tu cara”. “Quiero comerte yo todos los días, me enamorabas con lo que decías, tenerte de nuevo es mi fantasía”. “Yo durmiendo contigo y tú con otro te acuestas. Te extraño, pero perdonarte qué mucho me cuesta”.
Es un sentimiento dramático de frustración y sufrimiento idéntico al del pasado. Ahora el sexo es como un respiro. Los tiempos han cambiado. Los jóvenes no son los de antes. El amor sigue siendo el objetivo en la vida real y lo es también en las canciones del reguetón.