En América Latina han asumido 12 mujeres como jefas de Estado.
La primera fue María Estela Martínez de Perón, quien siendo vicepresidenta constitucional tomó el mando tras la muerte de su esposo, el general Juan Domingo Perón en la Argentina.
Siete años después, la entonces presidenta del senado, Lidia Gueiler, ascendió a la cúspide del poder en Bolivia. Ambas fueron derrocadas por militares golpistas, la primera en 1976, la segunda en 1980.
Tuvimos que esperar una década para que Violeta Chamorro sorprendiera al mundo venciendo al favorito Daniel Ortega en Nicaragua. Fue el anticipo de que la Guerra Fría se terminaba en esta región.
Luego, con el siglo, vino una ola de gobiernos de izquierda, que tuvo entonces tres rostros femeninos: Cristina Fernández en Argentina, Michelle Bachelet en Chile y Dilma Rousseff en Brasil. Con cierta tardanza, se unió al contingente Xiomara Castro en Honduras.
Centroamérica ha sido muy fecunda en liderazgos femeninos. Hasta ahora, sólo dos de los seis países de la región aun no han tenido mujeres encabezando el poder ejecutivo (El Salvador y Guatemala). Fueron de la partida Laura Chinchilla de Costa Rica, Mireya Moscoso de Panamá, y las ya citadas Castro y Chamorro.
Las crisis políticas de Perú y Bolivia intentaron ser resueltas con dos mujeres en la presidencia. Ambas ingresaron al mando por sucesión: Áñez en Bolivia y Boluarte en Perú.
En Haití sucedió algo similar en la década de los 90. Ertha Pascal Truillot, exjueza, asumió por un año la presidencia en la transición que dio paso al retorno de Jean Bertrand Aristide. Rosalía Artega, la vicepresidenta de Bucarám, estuvo en Ecuador por cinco días en Carondelet. Fue un atisbo fugaz y una clara violación a la Constitución porque debió haberse quedado.
En México, en 2024, los electores le entregarán a América Latina la presidenta siguiente del recuento: Claudia Sheinbaum Pardo.