En los últimos meses, Evo Morales está prácticamente refugiado en el Chapare, el ombligo boliviano de la producción de coca destinada al narcotráfico. Aunque oficialmente se presenta como una “detención domiciliaria voluntaria”, según declaraciones del ministro de Gobierno, esta decisión parece estar motivada por el temor de Morales a enfrentar un cúmulo de acusaciones judiciales por pedofilia y su posible vinculación con casos de narcotráfico que han tomado relevancia mundial.
Uno de los factores que podría explicar la reclusión de Morales es la acusación contra Maximiliano Dávila, que fue jefe de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (Felcn) durante su gobierno. Dávila será extraditado los próximas meses a requerimiento del tribunal del Distrito Sur de Nueva York, imputado de operar una red de tráfico de drogas con conexiones internacionales. Este caso también involucra a Omar Rojas Echeverría, un exoficial boliviano detenido en Colombia por delitos similares.
Ambos policías habrían participado en una red de tráfico de cocaína, y las investigaciones han señalado que podrían exponer vínculos y delatar a personas que controlan en los niveles más altos a toda la estructura del narcotráfico en Bolivia. El jefe indio del Sur ha sido señalado, como parte de una conjetura por el momento, de ser un posible jerarca indirecto de estas operaciones.
El arraigo de Evo Morales en el Chapare no es fortuito. Allí es donde existe una red de campesinos cocaleros leales que le protegen y, según informes oficiales recientes, son libres para impedir operaciones policiales antidrogas. Por ejemplo, este pasado jueves se registró el ataque a agentes antidrogas y la obstrucción del decomiso de aeronaves en el aeropuerto Exaltación B, en el departamento de Beni, que fue protagonizado por cocaleros. Todos estos hechos alimentan la percepción de que el Chapare es un territorio fuera del control estatal, un aspecto que deteriora aún más la legitimidad política del líder cocalero.
Tal como definió el presidente Arce Catacora, después del “criminal bloqueo de caminos” de octubre pasado, Evo Morales ha perdido parte de su protagonismo político en el ámbito nacional. Mientras tanto, figuras emergentes como Andrónico Rodríguez, un joven líder del movimiento cocalero, están ganando terreno. Rodríguez representa una nueva generación de políticos vinculados al “proyecto popular indígena” de Morales, pero sin el estigma de las acusaciones de corrupción y narcotráfico.
El temor de Morales no solo se centra en las acusaciones judiciales por pedofilia, terrorismo, alzamiento armado, traición a la patria, tenencia de armas de guerra, asociación delictiva, sino también en el alcance internacional del caso Dávila. Las investigaciones del juez de Nueva York tienen un peso significativo en el escenario global y podrían desembocar en cargos que comprometan aún más su testamento político.
Algunos analistas sugieren que el expresidente teme que los involucrados, como Dávila o Rojas Echeverría, busquen acuerdos con el juez de Nueva York que incluyan información incriminatoria sobre figuras de alto perfil en Bolivia. Esto podría tener repercusiones tanto legales como personales, llevando a Morales a temer incluso por su integridad física. El juez podría poner precio a la cabeza del jefe indio y desencadenar una fiebre de “cazarrecompensas”, entre los que podrían estar sus fieles de la base cocalera que por el momento le están brindando protección.
No debemos olvidar que los campesinos cocaleros, según su líder, son la “reserva moral” del país (ja), pero nadie está en condiciones de afianzar la fidelidad y la lealtad de esos seres. Llevan en sus genes milenarios una fuerte carga de traición. Ya a nadie extraña que algunas autoridades educativas, una vez evistas a rabiar, ahora sin temor se desmarcaron y dispusieron la eliminación del nombre de Evo Morales de algunas escuelas y colegios públicos del país.
Con el avance de los casos de narcotráfico que salpican a sus gestiones de gobierno y la creciente influencia de nuevos líderes, el futuro de Evo Morales dependerá no solo del apoyo de sus bases, sino también de cómo responda a las crecientes acusaciones judiciales que podrían transformar el culto a su personalidad en un escándalo de proporciones descomunales. En fin, el refrán del día es: Del árbol caído, todos hacen leña, incluido el juez de Nueva York.
El autor es abogado