El espectacular triunfo en Paraguay del joven político Santiago Peña nos lleva a pensar en muchas cosas en estos tiempos de desventuras. Respaldado por el Partido Colorado, aunque fracturado, arrasó con el obstinado candidato izquierdista Efraín Alegre, y el coloradismo se reafirma como la gran fuerza que gobierna ese país amigo desde hace 70 años, desde los primeros tiempos de Stroessner.
Los bolivianos —sobre todo los cruceños— nos quejamos, con razón, de la falta de líderes jóvenes, una vez que políticos como Mesa, Quiroga, Doria Medina ya no son tan jóvenes y no han podido vencer al masismo que encabezó Evo Morales, liderazgo que hoy le disputa Arce Catacora. ¿Pero y por qué ganaron elecciones Morales y Arce? Hubo dos motivos a nuestro entender: uno, se creó un gran partido como el MAS en base a reclamos reivindicatorios de masas y a un innegable sentimiento racista; y dos, fueron diestros en el fraude desde los comicios de 2009 hasta hoy.
No se trata de que los candidatos de la llamada “derecha” fueran malos, sino que no tuvieron una fuerza partidaria que se asemejará al MAS, que, por arte de birlibirloque, obtenía —y obtiene— los resultados que requería, con el apoyo de una muchedumbre exacerbada y la complicidad temerosa de la Corte Electoral, que le permitió manejar la Asamblea Legislativa desde el Palacio de Gobierno, lo que es tener el poder total. El tiempo y las aguas sacarán a flote todas las trampas que ha hecho el MAS, que, sin tener ideas muy brillantes para engatusar al pueblo, buscaron el asesoramiento de cubanos y venezolanos. ¿Quién de la oposición podría vencer al oficialismo en Cuba o Venezuela si sus gobiernos son dueños del Poder Electoral? Esa misma receta del fraude es la que impera en Bolivia y eso lo sabemos todos.
Pero, bueno, volvamos a los candidatos. Y empecemos por decir una verdad de Perogrullo que se debe tener en cuenta: Candidato sin una fuerza política no gana nunca. Puede aparecer un outsider que, como Fujimori, en plena decepción generalizada pueda hacerse con el poder; pero esa no es la norma. Similares a Peña, en Paraguay, en Santa Cruz y en Bolivia entera, tenemos jóvenes cuarentones con experiencia y formación, que han conocido más las universidades que los sindicatos. Que tienen “masterados”, conocen la banca internacional, experiencia en el trabajo, tienen relaciones en el exterior, pero carecen de partido.
Mientras nuestras figuras políticas y empresariales cruceñas, por citar un ejemplo, se destaquen y hasta brillen sin tener un partido realmente constituido, seguirán siendo segundones y servirán de comodines para apoyar a otros más duchos. La democracia boliviana, hasta que llegó Morales con el MAS, estuvo conducida por el MNR, ADN y el MIR, tres partidos con “pavimento”, estructurados.
Hablando de cruceños, Banzer creó Acción Democrática Nacionalista (ADN) como una agrupación política boliviana, no cruceña ni paceña. Fue una fuerza boliviana que le permitió ganar elecciones en todos los departamentos de la República. Siendo camba, Banzer ganaba en La Paz, Cochabamba o Potosí, como en cualquier otro lugar. Sólo después de casi 20 años de fundado su partido y de haber participado en seis elecciones generales, llegó al poder. Lo hizo haciendo política en serio. Trabajando y conciliando hasta con sus adversarios es que se convirtió en una figura democrática a nivel nacional, cargando sobre sus espaldas los siete años de dictadura que le pesaron hasta el día de su muerte, hace 21 años, pero que soportó estoicamente.
Peña ha ganado el domingo en Paraguay cabalgando en el viejo Partido Colorado que tiene más de 130 años. Y un joven brillante, Luis Alberto Lacalle Pou, está haciendo un excelente gobierno en Uruguay, pero llegó montado en el Partido Nacional o Blanco, que está a una década de cumplir dos siglos de existencia. Ningún político boliviano va a esperar 130 años ni dos centurias para intentar ganar una elección, ni nadie se lo va a pedir, pero, por lo menos, tiene que crear un instrumento de lucha, generador de ideas, serio, sólido, que se haga respetar.
La política no es un chiste para intentar hacer la prueba por si acaso; salvo, como hemos dicho, en momentos especiales, cuando, en plena crisis aparece un outsider carismático que pasa por encima de partidos e ideologías. Pero eso es una rareza.
El autor es escritor