El 60% de la población boliviana es menor de 30 años. Pasada la pandemia y teniendo presente esa realidad, hemos recuperado el contacto físico con quienes se encuentran fuera de las capitales departamentales. En reuniones en los territorios, estoy encontrando dos constantes que se repiten: los titulares de los medios de comunicación no expresan sus preocupaciones principales, mientras ellos precisan que la atención está en el trabajo y la producción con la cual se sostienen.
No se trata de un desconocimiento deliberado, parece ser simplemente, que la gente coloca su atención en aquello que le resulta prioritario. La lista larga de temas irresueltos y conflictivos, que a veces angustian a quienes vivimos en las ciudades, tienen otra manera de analizarse cuando la lluvia no llega, los caminos no permiten sacar los productos, o se hace necesario ir a la capital para realizar un trámite de resultados inciertos e inescrupulosos.
Aceptando esa realidad, ¿qué hacemos con los temas que nos están atropellando en las ciudades? Convengamos que no son pocos ni sencillos pues pasan, entre otros, por la escasez del dólar, la ignominia de la justicia, la conflictividad de proyectos de ley, la carencia de servicios públicos dignos, las peleas públicas por la candidatura presidencial entre Evo Morales y Luis Arce Catacora, al mismo tiempo que se suma violencia callejera y el aparato represor del Estado continúa su tarea contra la oposición, con un entusiasmo y una premura sospechosas. ¿Sabemos cómo están involucrados los jóvenes en ese berenjenal?
En periodos de crisis económica estructural, los habitantes que trabajan y producen debieran tener la atención y la prioridad de las autoridades. Esta afirmación tan rotundamente elemental no es, sin embargo, la que mueve la acción pública enfrascada en una agenda inexplicable.
En este momento la consigna colectiva debiera ser “exportar o morir”, mientras presionamos para que se inicie una cruzada que logre la declaración del turismo como política pública de prioridad nacional, y acompañe el compromiso gubernamental de encontrar mercados internacionales a nuestros productos que pueden competir en precios y calidad. Productos no tradicionales como el singani, vino, café, chocolate, orégano, miel, arándanos, artesanía de maderas certificadas, tejidos de alta calidad, orfebrería, almendras, manufacturas…, sumados a los productos tradicionales, en una campaña masiva y concertada, debieran engalanar las noticias cotidianas.
Frente a la proximidad de la celebración del bicentenario de Bolivia, este debiera ser el momento de la producción. Ojalá que las asambleas legislativas departamentales empiecen la cruzada y abochornen a la Asamblea Legislativa Plurinacional, con iniciativas, demandas y leyes departamentales que permitan a la gente trabajar dignamente y a los jóvenes, fortalecer sus esperanzas.
Soñar no cuesta nada, y demandar racionalidad y decoro a los servidores públicos, es un derecho constitucional que debemos pedir, y que los jóvenes deben exigir bullangueros. Lo que no se haga en este tiempo, serán ellos quienes sufrirán más duramente las consecuencias.
El autor es director de Innovación del Cepad