El primer día de clases, me enteré de que todos los nuevos estudiantes proveníamos de unidades fiscales y de zonas populares de La Paz. Yo había terminado el ciclo intermedio en el Alonso de Mendoza de Miraflores, y vivía en Villa Armonía. Cuando mi mamá recogió mi libreta, la secretaria le dijo: Tiene que inscribir a su hijo en el ciclo medio del colegio La Salle, su cupo está reservado.
Luego me enteré de que este colegio católico tenía como política en los 80 ubicar a los estudiantes con promedios altos de escuelas fiscales para darles una oportunidad de buena formación. Pasábamos clases en el turno tarde en las mismas instalaciones donde también cursaban los estudiantes del turno de la mañana (privado).
En esas aulas, mi profesor de Religión y Moral, el hermano Severo Zamudio Soliz, nos explicó la vida desde la perspectiva del Cristo Obrero, revolucionario y antiimperialista. Con él también me enteré de otras religiones y de la posibilidad que teníamos de abrazar cualquiera de ellas (libertad de culto) porque en todas estaba el mismo Dios o la misma espiritualidad de la virtud.
Años después, conocí al sacerdote Esteban Bertolusso en las clases sobre teología de la liberación en la Universidad Católica Boliviana de La Paz, donde estudié con una beca académica y deportiva. El cambio social consistía en construir el cielo en la tierra. En otra materia de la carrera de Comunicación Social leí el libro Una mina de coraje, de Ignacio López Vigil. En ese texto me enteré de cómo los curas oblatos aplicaron la comunicación radiofónica para defender a los mineros.
En una charla, el sacerdote Roberto Durette me contó que las mujeres mineras que comenzaron la huelga de hambre contra el dictador Hugo Banzer viajaron de Llallagua a La Paz en un vehículo de radio Pío XII. Una foto prueba que los jesuitas Xavier Albó y Luis Espinal Camps se sumaron a la medida. Varias parroquias abrieron sus puertas a los huelguistas.
En Educación Radiofónica de Bolivia (Erbol), trabajé durante 12 años con salesianos, jesuitas, oblatos, dominicos, franciscanos, monjas y laicos. Constaté que los proyectos de comunicación Aclo, radio Santa Cruz, Pío XII, red Salesiana y otras emisoras de la Iglesia católica formaron desde la década del 90 líderes y liderezas de indígenas con la perspectiva de despertar consciencia y asumir el desafío de autogobierno.
Vi a curas como Ricardo Zeballos y Guillermo Siles arriesgarse en defensa de la vida durante la masacre de El Alto, en octubre de 2003.
Participe en asambleas de Erbol, donde sacerdotes de la Iglesia católica trazaron una estrategia premonitoria en 2004: los indígenas toman la palabra, toman el micrófono y toman el poder. Vi cómo crearon espacios de deliberación para la Asamblea Constituyente y cómo respaldaron las redes radiofónicas aymara, quechua, guaraní para que los indígenas lean e interpreten la realidad desde su lengua.
Fui testigo de cómo el jesuita Rafael García Mora se enfrentó a los racistas que humillaron a indígenas en Sucre, durante los días de la lucha discursiva por la capitalía. Su acción le costó insultos, grafitis denigrantes y amenazas.
Visité las obras de curas salesianos Serafino Chiesa, Miguel Ángel Aimar (QEPD), Roberto Ledezma en Kami, municipio de Independencia, Cochabamba, en favor de personas con poca esperanza de futuro.
En 2007, 2008, 2009, cuando el “proceso de cambio” sin estrategia de comunicación ni medios era atacado por sectores conservadores, los sacerdotes que conocí decidieron en una asamblea de Erbol apoyar abiertamente el proceso de cambio porque habían contribuido desde sus obras el advenimiento del nuevo tiempo.
También conocí uno que otro cura que me dejó interrogantes por sus incoherencias. Con éstos deliberé frontalmente sobre polémicos temas.
Cuando me enteré de los abominables abusos del sacerdote Alfonso Pedrajas a 85 niños y adolescentes pobres me subió la sangre a la cabeza.
Las víctimas merecen JUSTICIA (resarcimiento); Pedrajas, el infierno eterno, y los que lo encubrieron, juicio. Pero es injusto condenar a todos los sacerdotes usando la falacia de la generalización: Alfonso Pedrajas es cura. Alfonso Pedrajas es pederasta porque es cura. Entonces, todos los curas son pederastas. ¿Acaso Espinal, Albó, Bertolusso, Mauricio Lefebvre y otros de real valía fueron pederastas?
El objetivo de la campaña antiiglesia católica es aprovechar la revelación de este doloroso hecho para anular la voz de los sacerdotes que critican algunas acciones del Gobierno de Luis Arce. Su derecho a cuestionar está intacto, su moral también, porque son causantes y responsables desde sus obras del llamado “proceso de cambio”.
Después de este hecho, los sacerdotes, reflejo de la sociedad, deben saber que un pederasta es un delincuente y debe ser enviado a la cárcel y no a rezar. Deben saber que el encubrimiento también es un delito y los encubridores deben ser sancionados en un debido proceso, y no ser protegidos. Nunca más silencio.
Muerto el pederasta, duro con los encubridores.