Confieso que mi cuestionamiento a las religiones se ha acrecentado después de leer cómo la Iglesia católica, desde sus encumbrados representantes, se prestó a azuzar y justificar la Guerra del Pacífico. En el caso más fuerte, el de Chile, veamos una joyita de la elocuencia religiosa “divina”, encausando los más humanos intereses. El entonces gobernador eclesiástico de Valparaíso, Mariano Casanova, en un tedeum realizado en 1881 frente a las autoridades más importantes de Chile, expresó:
“Por profundos que sean los designios de Dios al decretar la suerte de las naciones, es evidente que la protección del cielo ha estado siempre con nosotros en la presente guerra y que, al poner bajo nuestra voluntad a los enemigos de la patria, ha querido servirse de nuestro brazo para castigarlos y quizá mejorarlos” (Extraído de Carmen Mc Evoy, Armas de persuasión masiva. Retórica y ritual en la Guerra del Pacífico, 2010).
Este discurso fue una constante en la retórica de los líderes cristianos durante la guerra. Algunos dirán que tal oratoria responde al contexto del siglo XIX y, por ende, no se debe responsabilizar a las instituciones religiosas. ¿Pero acaso una institución “santa” no va más allá de los tiempos humanos? ¿Una institución “santa” no debería trascender los sórdidos objetivos coyunturales de las luchas políticas? ¿Qué hace una institución “santa” justificando guerras que desnudan las limitaciones y contradicciones humanas y las más mezquinas ambiciones económicas y geopolíticas?
Subrayo lo anterior para demostrar lo imperfectamente humanas que son las religiones, en especial las religiones totalitarias monoteístas abrahámicas, como el cristianismo, el judaísmo y el islam que, “casualmente”, aún en pleno siglo XXI, siguen desangrando países con sus pugnas mezquinas. En ese sentido, atroz es la histórica ligazón de las instituciones religiosas abrahámicas con las expresiones más autoritarias del poder, de ahí las “guerras santas”, la Inquisición, las purgas coloniales, los totalitarismos lapidarios musulmanes, la vinculación de la Iglesia católica y sectas evangélicas con las dictaduras militares latinoamericanas y un largo etc.
Hoy, la constatación del (abuso de) poder de las instituciones religiosas cristianas en América Latina una vez más se confirma con denuncias de abusos sexuales a niños/as por parte de sacerdotes impunes. Terrible, porque además las religiones abrahámicas están entre las que más “complican” el ejercicio sano de la sexualidad, llenándolo de culpas, tabúes, enfocados principalmente contra las mujeres debido a la obvia misoginia intrínseca en estas religiones.
Así, tenemos la situación de que los “castos” que predican sobre las “bondades” de la “castidad”, la “virginidad”, la “mesura sexual”, el “santo matrimonio”, etc., y consideran a la “lujuria” como un “pecado capital”, habían sido execrables abusadores y enfermos sexuales. Por donde se lo vea es una relación de poder y abuso de lo más autoritaria, violenta y grotesca.
Y lo peor, no son casos excepcionales y/o aislados, sino más frecuentes de lo que estimábamos. Un botón de esto es lo sucedido con el sacerdote Alfonso Pedrajas, cuyos abusos salieron a la luz gracias a su propio diario décadas después de haber sido perpetrados. Solamente un sacerdote tiene un estimado de 85 víctimas de abusos sexuales. Los abusos sexuales se practicaron en la total impunidad por lo menos de 1972 a 1987. El cura por muchos años tuvo un cargo de poder como máxima autoridad en un colegio religioso y en ese marco cometió las fechorías. Eso en la completa impunidad por décadas, siendo que los hechos eran de conocimiento de otros religiosos. ¿Acaso eso no denota que la cuestión debe ser habitual?
Más aún, las denuncias de abusos sexuales en ese y otros colegios religiosos fueron acalladas al mejor estilo del uso y abuso del poder, por ejemplo, la asociación de exalumnos del colegio Juan XXIII manifestó que hubo estudiantes que alertaron de abusos y fueron expulsados o violentados para que callen. ¡Hasta el escritor Mario Vargas Llosa que no es justamente referente de ideas “zurdas” o “progres” admitió haber sido víctima de curas pervertidos en un conocido colegio religioso de Cochabamba!
Esas violaciones y abusos, señores, y esa impunidad longeva y escandalosa no tienen otro nombre que poder mezquino y carnalmente humano. ¡Y todo a nombre de la “perfección divina”, de los “santos designios”! ¡Hay que ser caraduras!