Dentro del lenguaje coloquial, muchas veces hemos escuchado decir que las mujeres somos enemigas por naturaleza. El dicho “no hay peor enemiga de una mujer, que otra mujer” es una frase recurrente en nuestra sociedad. Sin embargo, esta expresión es falsa.
Las amistades, complicidades, redes de apoyo y afecto, solidaridad y sororidad siempre han estado presentes en las relaciones que tienen las mujeres. Es por eso que, este escrito pretende exponer, cómo las mujeres a lo largo de la historia se han organizado en búsqueda de justicia para contrarrestar la violencia.
Para iniciar, es necesario expresar que, sororidad significa hermandad entre mujeres. Marcela Lagarde la definiría como “experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo”.
A través de una exhaustiva revisión de expedientes republicanos, en el Archivo Municipal José Macedonio Urquidi, de la ciudad de Cochabamba y a la luz del orden de la documentación extractada, me di cuenta de que en los juicios criminales (lo que ahora conocemos como penales) que iniciaban las mujeres por violencia doméstica, rapto de sus hijas o asesinatos de sus hermanas, las personas que acompañaban estos procesos judiciales, eran otras mujeres, no necesariamente familiares, sino también amigas, conocidas y vecinas.
A través de esas fuentes, pude analizar que los casos de violencia hacia las mujeres han motivado históricamente a las mujeres a juntarse, ser cómplices y acompañar a víctimas o familias de las víctimas, ya sea en los estrados judiciales o en lo afectivo.
Pero ¿quiénes son las mujeres que aparecen en los expedientes republicanos del siglo XIX? Eran mujeres de estratos populares, cholas vendedoras de frutas y verduras, chicheras, hilanderas y costureras, entre algunas. El que ellas hayan estado insertas en el mercado, posibilitó, en inicio, los recursos pecuniarios para denunciar y mantener el juicio hasta el final. Empero, también les posibilitó tener redes de apoyo que las acompañen y ayuden en juicios penales, que les den pautas, pistas y señales para la búsqueda detectivesca de sus hijas raptadas y sus asesinos.
Estas cholas, transgredían el orden establecido, pues aprendieron a usar los discursos y tácticas para presentarse en las instituciones, como la Policía y los juzgados. Lograron presentar sus denuncias y pagar tinterillos, poniendo en aprietos los juzgados y cuestionando la normativa de época.
Por lo mismo, es importante superar el paradigma de la víctima pasiva, inofensiva e indefensa y reconocer que las mujeres de estratos populares, como las cholas, fueron protagonistas de primer orden en la historia oficial. Han sido sus resistencias, la construcción de ese trenzado de redes, de estrategias y dinámicas que posibilitaron la transgresión del orden establecido.
Las sororidades en la historia nos permiten rescatar las complicidades y pactos implícitos que se han ido estructurando en los siglos anteriores: las prácticas entre mujeres y sus testificaciones en los juzgados cochabambinos ofrecen una nueva perspectiva que se necesita para enfrentar el discurso de enemistades femeninas. Es más, esta sororidad ancestral inspira y sostiene las luchas actuales, pues este nuevo devenir histórico muestra a mujeres que superaron sus miedos y dijeron no a la violencia machista.
Las líneas anteriores forman parte del ensayo La policía no me cuida. Me cuidan mis amigas. Mujeres que denuncian: Madres, hermanas, amigas, conocidas y vecinas, construyendo sororidades como respuesta a las violencias (Cochabamba, siglo XIX), investigación que obtuvo el tercer lugar en la “7ª Convocatoria de Letras e Imágenes de Nuevo Tiempo” de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.