Este año, los bachilleres habrán completado su ciclo de estudios en el marco de la Ley 70 Avelino Siñani - Elizardo Pérez, vigente desde diciembre 2010. ¿Qué se puede decir luego de 13 años de aplicación de esa ley?
De forma empírica, la mediocridad y baja calidad reinan en la educación boliviana. Un seguimiento a estudiantes de tercero de secundaria en la ciudad de Santa Cruz muestra severas deficiencias en aritmética (no pueden hacer divisiones de dos cifras u operar con fracciones, ni resolver problemas básicos de geometría, por citar algo), no tienen bases de razonamiento lógico ni criterios de aplicación de reglas algebraicas en la resolución de problemas de física. En cuanto a la lectura, apenas llegan a deletrear y son incapaces de interpretar un párrafo matemático para resolver algún problema.
Con mayor respaldo investigativo, la Fundación Milenio ha publicado La situación social de Bolivia. Una aproximación a sus dimensiones y determinantes (2023) y en ella se señalan evidencias lapidarias: “Una amplia proporción de estudiantes está egresando del sistema educativo sin los conocimientos mínimos necesarios, lo cual los pone en una posición de desventaja notoria para los estudios en la educación superior. (…) la mayoría de los niños, niñas y adolescentes (NNA) que asistían a la escuela no tenían niveles mínimos de competencia en lectura, escritura y matemáticas (...). A ello debe añadirse el efecto del cierre de las escuelas y de las carencias materiales y humanas para la educación virtual, que, con alta probabilidad han redundado en un mayor deterioro en las capacidades de aprendizaje”.
Es cierto que la Covid agravó la calidad del servicio educativo, pero, justamente, ello debió haber servido como señal de alerta para tomar consciencia de las deficiencias y de la mediocridad del servicio y dinamizar los ajustes o reformas necesarias, pero nada de ello sucedió. Todo se arrastra ahora, como antes, configurando una estafa educativa de gran escala a los estudiantes, misma que no se compadece de las consecuencias futuras para el país y para muchos es más cómodo ignorar, mirar al costado y esperar que todo se resuelva con el tiempo.
¿Qué futuro le espera al país con las generaciones de jóvenes de ahora que apenas pueden leer, escribir y calcular? Nada halagüeño. La actual dinámica mundial es la del conocimiento. Vivimos una época donde el conocimiento avanza velozmente y nuestros jóvenes apenas saben deletrear y algo de aritmética.
Para ubicarnos en los niveles de desarrollo que requiere el país y poder resolver los problemas más urgentes es necesario que las actuales generaciones de jóvenes tengan un alto nivel de estudio y conocimiento, pero estamos muy lejos de ello y casi nadie se compadece de esta situación.
La educación es una tarea y responsabilidad intangible, pero sus efectos socioeconómicos son enormes. Lamentablemente, la gente y los líderes sociales y políticos no perciben su importancia y prefieren seguir empujando demandas más objetivas: una carretera, un teleférico, una cancha deportiva, aunque para realizar todo ello también se requiere conocimiento. No olvidemos que, por otras razones socioeconómicas, la década de los años 80 del siglo pasado fue calificada como la “década perdida”. Sería grave que ahora estemos incubando una “generación perdida” por culpa del MAS y su estafa educativa.
¿Qué hacer?
El desafío es enorme, las posibilidades de salir de la mediocridad educativa son pocas y falta una decidida voluntad para atender este campo estratégico para el desarrollo del país.
Es fundamental, para salir de la mediocridad y terminar con esta estafa educativa, llevar adelante una cruzada por la calidad de la educación. Será un acto de responsabilidad para la sobrevivencia del país y sus posibilidades de desarrollo futuro, buscar un compromiso serio entre autoridades, instituciones y, especialmente, el magisterio, con el fin de diseñar las bases de una reforma que supere la actual situación. Entre tanto, el magisterio debe internalizar la idea que su actitud y compromiso son fundamentales. Ellos están en la primera línea de esta batalla por salvar el país de la estafa educativa y es urgente superar toda idea o actitud de indiferencia ante este drama. Es con su compromiso y acción que se superará esta situación y su responsabilidad es tan grande como la de los padres de familia que buscan un mejor futuro para sus hijos y para el país.