Según el presidente Luis Arce el desastre de la política energética del MAS se debe a “que no se cuidó la nacionalización”. De hecho, el presidente criticó los gobiernos que lo precedieron (omitiendo que él fue el “super ministro” del área económica), los cuales se dedicaron a monetizar las reservas de gas que heredaron de los gobiernos liberales, descuidando la exploración y la transición energética.
Lamentablemente la energía no fue la única área que los gobiernos del MAS no cuidaron. ¿Qué más “no se cuidó”?
No se cuidó las reservas monetarias que superaron los 15 mil M$ y que ahora se han esfumado provocando la falta crónica actual de divisas.
Ni siquiera se cuidaron las criaturas mimadas del régimen, las empresas públicas, fundadas sin son ni ton, administradas sin competencia, condicionadas por la intromisión política y dejadas en estado comatoso desde que nacieron. Hoy son un sumidero de divisas que nadie quiere o puede tapar.
Tampoco se cuidó la política exterior, volviendo a Bolivia en un vasallo de “otros” imperialismos, sin mencionar la sumisión al inefable Grupo de Puebla. El diletantismo, los papelones y la improvisación siguen siendo la marca de nuestra diplomacia.
Y ¿qué decir de cómo se descuidó la vigencia de los valores democráticos, prefiriendo la violencia, la extorsión, la imposición, la violación de la ley (“los abogados luego lo arreglan” y de paso cobran) y los interinatos fusibles.
Indudablemente, el “descuido” más visible y doloroso es la justicia, que nunca estuvo bien, pero que gracias al MAS tocó fondo con parafiscales y para jueces al servicio descarado del poder. Esa justicia, que torturó y ajustició a personas decentes como José Bakovic y Marco Antonio Aramayo, sigue encarcelando a presos políticos sin más responsabilidad que los acólitos del régimen que siguen libres e impunes.
Asimismo, el MAS descuidó la educación, el arma más poderosa para el cambio, reduciéndola a mejoras de infraestructura e incentivos monetarios para asistir a clases. Desgraciadamente el rezago educativo pasará factura para la reconstrucción de Bolivia, después que pase el huracán populista. Si se descuida la educación —la educación a los valores universales, no a los abusados “ancestrales”— se descuida el combate al cáncer de la corrupción y de las actividades vinculadas al crimen internacional. Tampoco se respetó la dignidad de los indígenas, a quienes se quiso incluir en la vida política y social, pero que terminaron extorsionados por un puñado de dirigentes venales y sin principios.
Se descuidó la verdad, en favor de la propaganda, y la libertad plena de expresión, reemplazándola por un pelotón mercenario de pseudoperiodistas, carentes de todo pudor. Tampoco se descuidó el acoso a periódicos independientes hasta su desaparición. El escamoteo de la verdad, como en el caso de El Porvenir o del Hotel de las Américas, ha dejado heridas abiertas en la memoria nacional y en los tribunales internacionales.
Dolorosamente se descuidó la preservación de los bosques fomentando quemas incontroladas para saciar la codicia de los traficantes de tierras amigas.
Fundamentalmente, “se descuidó” la ética: se llegó a llamar mal al bien y bien al mal y a defender a rajatabla los vicios más abyectos. Se tocó fondo éticamente cuando no se cuidó a niñas y adolescentes del trópico estupradas en la “Fiesta del Sátiro”.
En su “Obras Morales”, Plutarco narra que Biante de Priene, uno de los siete sabios de Grecia, interrogado acerca del animal más dañino, respondió: “Si te refieres a las fieras del campo, el tirano; si hablas de animales domésticos, el adulador”. El descuido mayor, señor presidente, fue llenar Bolivia de vulgares tiranos y aduladores.