Hace unos días, Putin aprobó una norma que permite a Rusia una respuesta nuclear en caso de agresión con armas convencionales a su país o a Bielorrusia, y países nórdicos como Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca han publicado guías con instrucciones a la ciudadanía para protegerse en caso de una guerra de gran escala.
El mundo está muy tensionado como para que no nos preocupemos por la preservación de la democracia, y que este asunto no interese a algunas personas significa que son: a) o muy ignorantes y, como tales, viven su vida como si nada fuese a pasar mañana b) o, por el contrario, muy sabias y han decidido no renunciar a su estoicismo puesto que saben que, en cierta medida, el mundo siempre ha sido rutinario y horrible. En todo caso, quiero decir que envidio tanto a unas como a otras.
Cuando la democracia se pierde, normalmente sucede lo que sucede cuando la economía entra en bancarrota: quienes más sufren son los más pobres. Digo esto porque hoy el mundo está sumido en controversias bélicas de todo tipo, unas debidas a simples y abusivas ambiciones expansionistas (como la de Rusia y Ucrania) y otras de un poco más difícil resolución porque son centenarias o incluso milenarias (como la de Israel y Palestina).
Como dice el historiador israelí Harari, las guerras frías pueden ser frías para las potencias, pero no para los países pobres, pues estos sienten aquel aparente frío como una llama abrasadora debido a los coletazos de la violencia. A quienes no ven balas ni tanques en sus ciudades puede darles la sensación de que las guerras no trascenderán fronteras en el tiempo. Pero se equivocan, pues ahora, a diferencia de ayer, cuando este no era un mundo interconectado ni tan poblado, un conflicto menor puede ser el detonante de una guerra mayor, con secuelas no necesariamente de tipo militar.
A ello se suma el riesgo de que las potencias incrementen más su presupuesto para defensa y seguridad, dejando de lado las inversiones millonarias que deberían hacer, no digo ya para mitigar el hambre en lugares pobres como algunos países de África, sino, por ejemplo, para frenar los incendios forestales o permitir la transición energética.
En ciertos lugares del globo, como Siria, Irán, Corea del Norte o Cuba, la democracia es sencillamente un dato de la historia o un lejano ideal nunca alcanzado. No se necesita mucha capacidad de asombro para quedar pasmados ante la inexistencia de parlamentos u órganos de justicia probos en esta época… ¡cuando el ser humano desea llegar a Marte, acude a la ciencia para curar enfermedades raras o va prolongando su existencia física en el planeta!
Sin embargo, ya varios científicos sociales y filósofos demostraron aquella rara propensión del ser humano a vivir entre dos mundos: el de las facilidades materiales y técnicas del tan odiado Occidente, por un lado, y, por otro, el de las costumbres autoritarias e irracionalistas que violentan la vida cotidiana.
En muchos de los países del llamado Tercer Mundo, las teorías de la descolonización, la filosofía de la liberación y, en general, los cuestionamientos culturalistas y particularistas, han preparado el terreno para que en él se siembren cuestionamientos a la democracia representativa, dando paso, en el mejor de los casos, a ensayos de democracia plebiscitaria y delegativa que, al menos en Bolivia, han deteriorado las instituciones y fomentado el autoritarismo.
¿Se puede criticar las atrocidades de Occidente desde la izquierda, pero sin menoscabar la institucionalidad democrática legada por aquel? Considero que sí. Probablemente Chile hace eso, al igual que lo hizo Uruguay en tiempos de Mujica. En todo caso, lo que quiero decir es que lo que se necesita son izquierdas pluralistas y tolerantes, en vez de los populismos de izquierda que hoy están de moda, casi todos caudillistas, y que han accedido al poder en gran parte de Latinoamérica.
En otros lugares del mundo se presentan problemas quizá más difíciles. Por ejemplo, en el Medio Oriente. ¿Cómo hacer de los radicales islámicos seres humanos demócratas? Eso, al igual que convertir a un caudillo autoritario que cotidianamente amenaza con acciones violentas, como Evo Morales o Vladimir Putin, en un ser humano pacífico y pluralista, parece un poco más difícil y yo no tengo ninguna respuesta ante ese problema.
En todo caso, puedo decir con certeza que el papel de los escritores, intelectuales y periodistas comprometidos, que vigilan el desarrollo de los asuntos públicos desde la solitaria orilla de la independencia y hacen de la crítica su arma de pelea todos los días, ese papel, digo, es y será crucial en estos tiempos recios de amenazas de todo tipo, como en realidad lo ha sido en todo lo que tiene de vida la humanidad.