Sebastián Peixoto era un joven estudiante de medicina cursando el sexto año, es decir, el internado rotatorio, decidió quitarse la vida tras maltratos que había sufrido en el hospital donde realizaba el internado. No es el primer caso.
El internado rotatorio es la modalidad de titulación de la carrera de medicina del sistema de salud que refleja de alguna manera, de forma directa e indirecta, que la mala situación en salud no es solamente porque se tiene un bajo presupuesto, o por la corrupción y la falta de gestión o la falta de tecnología, refleja también lo inhumana que puede llegar a ser una persona, que maltrata a otra y que pretende, paralelamente, cuidar a otros humanos que adolecen enfermedades. Es una cuestión llena de contradicciones.
El sistema de formación en salud contiene el denominado “pensum oculto”, es decir, lo que no está escrito en programas de estudio, pero que se vive, y hasta cierto grado se ha naturalizado desde hace muchos años. Se tiene como una tradición, una mala tradición: el maltrato.
La vivencia de estudiantes de medicina en actividades hospitalarias comienza en el tercer año de la carrera, que es donde se desarrollan materias clínico-quirúrgicas y donde se sale de las aulas para, con profesionales docentes, revisar pacientes, ver estudios complementarios y aprender. Esto termina dentro de la carrera de medicina en el sexto año, etapa en que los futuros galenos hacen turnos, tienen una convivencia muy cercana con los residentes (etapa de especialización de médicos).
El modelo de formación en salud es comparado con el sistema militar por su muy impuesta jerarquía, así como el soldado es el eslabón más débil de las fuerzas armadas y los grados superiores representan más poder.
Entre los maltratos, como cuenta Sebastián, se encuentran turnos extra, es decir, quedarse en el hospital hasta 48 horas, algunos sin un lugar para cambiarse la ropa, sin condiciones en cuanto a la disponibilidad de una cama, de una ducha, de un baño, con horarios y medios limitados respecto a la alimentación; estas condiciones varían, añadiendo a esto las desigualdades ya existentes en cuanto al acceso que tienen los pacientes. Si para ellos no hay o hay muy poco, imagínense para los internos y residentes.
En el internado un estudiante de medicina suele ser el que llena los mil papeles que se necesitan, y los lleva de un servicio a otro; es el que supuestamente tiene menos derechos y responsabilidades que los residentes. Luego, el residente de primer año es el que tiene más turnos, que hace lo menos complejo, pero lo más frecuente y hasta tedioso. Los residentes superiores tienen menos turnos, se supone que saben más y que deben transmitir a los inferiores conocimientos y al mismo tiempo delegar; es un sistema complejo.
Antes de ser médicos, antes de ser especialistas, somos seres humanos, con historias familiares, problemas de salud, carencias o abundancia, compasión o violencia, como todos en cualquier profesión.
Lastimosamente no se trabaja sobre estos temas, no se intenta reducir o limitar estos abusos. Todos hacen la vista gorda. Tampoco se habla del autocuidado, el manejo de emociones y situaciones que son cotidianas para un médico, como ver el sufrimiento de alguien, tener que dar malas noticias a una familia, realizar una reanimación cardiopulmonar extenuante con una respuesta desfavorable, e inclusive ser la cara visible de un sistema precario; la relación médico-paciente es de dos seres humanos: ambas son valiosas y deben ser cuidadas.