Una respuesta natural y esencial del ser humano ante situaciones de peligro o estrés se está convirtiendo en nuestros tiempos en un fenómeno cotidiano. Lo peor de todo es que de a poco se está convirtiendo en una sensación crónica y su impacto en nuestro cuerpo puede ser devastador. Sí, estoy escribiendo sobre la ansiedad.
Son las tres de la madrugada en tu casa, todos están durmiendo, inclusive el perro, menos tú. Te volteas hacia un lado en la cama, te volteas hacia el otro, nada parece funcionar, sabes que allá afuera de tu casa hay problemas así que no duermes bien. La noche debería ser una tregua no solo para el cuerpo, sino también para el alma. Dicen que uno con siete u ocho horas de sueño puede recuperar las energías, así como se carga un celular a la pared, pero que si la mente y el alma no descansan te levantarás más cansado que si no hubieses dormido y entonces son las dos, las tres, tienes una angustia que no podrías describir en palabras.
La ansiedad es algo que está en lo profundo del alma, como incrustada, como un malestar, una intranquilidad de lo que podría pasar, un viento frío que no deja de soplar… “yo sé que algo malo me ha de ocurrir”.
Es importante entender que cuando ocurre este fenómeno en tu cuerpo, el sistema libera hormonas como la adrenalina y el cortisol, preparando al cuerpo para reaccionar rápidamente. A corto plazo, esto puede ser útil: aumenta el ritmo cardiaco, eleva la presión arterial y redirige el flujo sanguíneo hacia los músculos principales. No obstante, cuando estos mecanismos se activan con frecuencia o de manera sostenida, comienzan los problemas.
Uno de los primeros órganos afectados por la ansiedad crónica es el corazón. El constante estado de alerta aumenta la presión arterial y la frecuencia cardiaca, lo que puede llevar a la hipertensión y con el tiempo a incrementar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Estudios han demostrado que personas con trastorno de ansiedad tienen una mayor incidencia de ataques cardiacos y otras complicaciones relacionadas con el corazón.
El sistema digestivo también sufre considerablemente. La conexión entre el cerebro y el intestino, conocida como el eje intestino-cerebro, es muy sensible al estrés. La ansiedad puede causar síntomas, como náuseas, diarrea o síndrome del intestino irritable. Además, el cortisol puede alterar la flora intestinal, afectando la digestión y la absorción de nutrientes, lo cual puede debilitar el sistema inmunológico.
Es justamente el impacto en el sistema inmunológico que hace que el cuerpo sea más susceptible a infecciones y enfermedades. La inflamación crónica alimentada por niveles elevados de cortisol ha sido vinculada a una serie de condiciones graves, incluyendo enfermedades autoinmunes y cierto tipo de cáncer.
Pero realmente ¿qué es la ansiedad?, es el temor, es el miedo a lo que va a pasar y ¿cuáles pueden ser los síntomas? Si no te ríes a menudo, si ya no disfrutas el sol, si no silvas cuando caminas, parecen tonterías infantiles, cuando ves a alguien muy feliz, lo miras con sospecha. Qué tal si no tengo trabajo, qué tal si no me alcanza el dinero, qué tal si no me puedo curar, etc.
La ansiedad y el miedo son parientes, pero no son idénticos el miedo ve una amenaza, la ansiedad se la imagina. ¡Estás preocupado por NADA!
La ansiedad crea miedo y desolación. Basta el día con su afán, dice la biblia, preocuparme por lo que va a pasar mañana y es suficiente HOY. La ansiedad te roba el aliento, la alegría, el bienestar. Vas a vivir muchos años pensando en cosas que NO te van a pasar.
No se inquieten por NADA. Solo esta frase, debería darnos la paz de que tenemos un Dios que siempre está en control, la tranquilidad de que vamos a poder resolverlo. No permitas que la vida te deje sin aliento y, en angustia permanente, ten cuidado y no dejes que tú corazón se haga insensible por las preocupaciones de la vida.
No permitas que la imaginación que está en tu mente destruya tu cuerpo y tu vida. Hasta mañana no puedo cambiar mañana, voy a vivir el HOY, enfrentaré el HOY con las fuerzas del HOY.