Era un momento inefable, en los 1970 en casi todo el mundo, la sincronicidad de un movimiento global para salvar el medio ambiente en peligro y, al mismo momento, otro por los derechos de las mujeres.
Primero, gente de todos los rincones y grietas del mundo estaba mareada por la frecuencia y la profundidad de los desastres en los bosques, en los océanos y en los cielos; además, había visiones de un planeta entero y vivo, basadas en tradiciones espirituales y en investigaciones científicas. Por supuesto, el primer Día de la Tierra ocurrió hace 4,6 billones de años, cuando una nube de polvo y gas empezó a volar alrededor del sol, pero la idea de salvar, celebrar y honrar al planeta, entró a la mente moderna en 1970 cuando se oficializó el primer Día de la Tierra.
Este nuevo movimiento planteó la noción del milagro —y misterio— de la naturaleza, una consagración a la diversidad natural, una apreciación de la reciprocidad del todo —los grandes y los pequeños— y una urgencia extrema de cambiar los valores, los mecanismos y el sistema social/económico/político que crecieron con la expansión del imperialismo y su inevitable urbanización, industrialización y proliferación tecnológica.
De tal movimiento social se cultivaron frases como “Salvar la Pachamama”.
Al mismo tiempo, empezó una narración seria y global sobre las injusticias y la violencia contra las mujeres, por fin revelando un sistema patriarcal perpetrado por los hombres (y sus aspirantes) en el poder, en todas partes y en todos los niveles societales; además, este movimiento explotó con la celebración sobre el heroísmo magnífico y la creatividad sin límites de mujeres. Había investigaciones de historias de cuando mujeres caminaron libres, orgullosas, a cargo de ellas mismas y como contributarias completas en la comunidad. Los 70 ofrecieron un espacio para dar a luz a filosofías, políticas y culturas basadas en posibilidades. Las cualidades que el feminismo trajo a la conciencia pública incluyeron el coraje de hablar con la verdad ante el poder, la resiliencia para superar la opresión, la inteligencia y un sentido común, la continuación de la vida, el rescate del espíritu tanto de la cariñosa como de la guerrera.
Desde tal insurrección heredamos el dicho: “Lo político es lo personal”.
Lo que ocurrió es que las ideas de cada movimiento se mezclaron y juntas cultivaron un sentimiento compartido expresado perfectamente por las palabras “persona/planeta”. Es decir, tu salud refleja y está conectada a la condición del planeta, y viceversa: la salud del orbe no está separada de la que tú tienes.
Caminando por la calle Calvo, me tropecé con una amiga que iba rumbo a un examen de biopsia. El aire en Sucre estaba gris y agrio con el esmog que llegaba de los incendios devorando el país. Sus primeras palabras, que salían a través de un barbijo, fueron: “¿Es esto el fin del mundo?”.
En aquellos años 70, la llamada del clarín se pregonó por acá y por allá. Pero la respuesta general reflejó una apatía, una negación. Y ahora estamos respirando el humo tóxico de los incendios, aguantando sequías e inundaciones y agarrando por nuestras vidas con talones delgados. Al menos cuando el bosque se está quemando y un querido humano sufre una enfermedad terminal, podemos tomar consciencia de la frase “persona/planeta”. Y escuchar más profundamente el llamado a la acción.