Para Arce Catacora y su tendencia, Evo Morales representa a la nueva derecha. Por su parte, para los evistas, los arcistas son neoliberales, o sea, la derecha. García Linera, el exvicepresidente, quien se esfuerza por mantener cierta equidistancia entre ambas corrientes, ha devenido a los ojos de los evistas algo así como un “compañero de ruta” del imperio y del Gobierno, en la tentativa de defenestrar a su máximo líder.
Por el contrario, para los políticos de la antigua constelación neoliberal, los evistas constituyen “los radicales”, lo que sugiere que los arcistas serían “los moderados”, aunque con quienes han realizado más acuerdos en la Asamblea Legislativa es con aquéllos.
Como puede advertirse, el orden simbólico que emergió con el ascenso del MAS, y que orientaba los alineamientos de los adversarios políticos a lo largo del eje “izquierda-derecha”, hoy ha devenido en un verdadero revoltijo. Los políticos de las instituciones oficiales dicen saber donde está “su izquierda” y “su derecha”, sin que esto tenga ningún efecto práctico en términos de las alianzas que realizan. Ciertos “derechistas” son aliados coyunturales de ciertos “izquierdistas”, que a su vez son enemigos de otros “izquierdistas” a los cuales llaman “derechistas”, y así. Las coordenadas que orientaban los balances políticos se han desvanecido. En este caos epistémico, toda alianza parece posible.
Lo importante de las definiciones de los actores políticos, no es cuán “falsas” o “verdaderas” sean -finalmente, la disputa sobre quien es más derechista, si evitas o arcistas, se asemeja al debate teológico entre religiones sobre la inexistencia de todos los demás dioses que no son mi Dios: todas tienen razón sobre el primer aspecto. Los efectos prácticos de estas luchas simbólicas son de otro tipo: el imaginario hegemónico de la política boliviana, vigente durante 20 años, ha cambiado sensiblemente, entre otras cosas, como efecto de esta disputa por la enunciación legítima sobre “dónde está la verdadera izquierda”.
En 2006, había una correspondencia más o menos óptima entre los posicionamientos de clase-etnia y el “lugar” que se asumía que tenía la “izquierda” en el ámbito político. Era legítima y socialmente aceptada —salvo las voces poco escuchadas de algunas minorías políticas críticas— la idea de que los humildes, los campesinos, los indígenas, los trabajadores, los parias de la patria, eran gobierno. En el imaginario político hegemónico la idea de que “la izquierda” había subido al gobierno era preponderante, y respaldada, además, por amplios sectores de masas, dispuestas a defender en las calles a lo que definían como su gobierno. Si Evo Morales decía “allí está la derecha”, era ampliamente aceptado que efectivamente allí estaba. Por su lado, tanto la antigua derecha como la vieja oligarquía compartían la definición de que “los rojos” habían subido a palacio. Esta imaginación política respondía a una situación política particular. Uno de los rasgos de las luchas de los trabajadores aymaras y quechuas de inicios de siglo fue precisamente la tendencia hacia la convergencia, y luego su unificación práctica y simbólica que derivó en lo que se conoció como la “agenda de octubre” (nacionalización de los hidrocarburos, asamblea constituyente, refundación del Estado) que el nuevo gobierno del MAS sería, según aquellas expectativas, el llamado a concretizar.
Eso ha cambiado drásticamente. Hoy asistimos a la fragmentación de los movimientos de los trabajadores en el seno de la sociedad civil, los otrora poderosos “movimientos sociales” discurren en condición de subalternidad tras distintos proyectos caudillistas, cuando no se han visto involucrados en asonadas golpistas dirigidas por la ultraderecha. La fragmentación de las luchas de los subalternos viene de la mano de la desconfiguracion de esta identidad izquierdista que llegó a Palacio con el ascenso del masismo; se trata de un proceso regresivo de desbande, una retirada desordenada, que va de la mano de la actual crisis de dirección intelectual y moral, y que constituye, desde una perspectiva más amplia, un rasgo fundamental de la crisis de hegemonía en la situación política actual.
En medio de la fragmentación y subordinación de los movimientos de los trabajadores, y de la decadencia del imaginario politico izquierdista que surgió con el masismo, queda volver a construir en medio de las ruinas e iniciar un largo y paciente trabajo de reconstitución del polo subalterno de la sociedad civil y de imaginación de un otro proyecto izquierdista, que aprenda de las lecciones del pasado.