La salud es muy preciada, pero siempre se considera que se la tendrá en óptimas condiciones hasta que alguna enfermedad te devuelve a la realidad de la fragilidad humana. Si a eso le agregas que acabas de dar a luz hace dos semanas, es la dosis perfecta para la depresión posparto. Aunque, gracias a Dios, no llegué a ello. Pero la salud mental también debe ser un tema de orden público.
No es muy común, pero tampoco demasiado raro sufrir por piedras en la vesícula en el embarazo. Este problema se controla con una dieta sin grasas, pero al final puede ser una lotería que se escape una desgraciada piedra y haga estragos si se queda atorada en su trayecto de salida.
Para mi suerte, esto no ocurrió en el embarazo, pero sí cuando mi pequeña tenía sólo dos semanas de nacida. En esta oportunidad, tuve la gran suerte de que me encontré con personal de salud por de más empático y amable, en especial las enfermeras de Medicina Interna de la Caja Nacional de Salud, con quienes estaré eternamente agradecida.
Me consolaron cuando me vieron llorar y aún lloro cuando recuerdo esos días. La soledad en la habitación sin mi bebé al lado hacía que los minutos parezcan años. Los pechos chorreaban y sólo atinaba a extraerme para no estar adolorida, pero nadie me dijo que esa acción salvaría mi lactancia.
Otra gran ausente fue la información sobre lactancia y medicamentos. Algunas personas me recomendaban llevar a mi bebé para que tome mi leche y otros me decían que no lo hiciera porque estaba con medicamentos. En ambos casos, eran miembros del personal de salud, y yo navegaba en un mar de incertidumbre y con el corazón separado de mi cuerpo.
Aquí quiero puntualizar dos aspectos. Esta desinformación sobre lactancia y puerperio, pues había cosas pasando en mi cuerpo que algunos doctores no comprendían y otros aseguraban que era fruto de mi posparto, pero también está otro punto importante: la salud mental en un hospital.
No sólo yo lloraba. Junto a mi cama había una señora muy amable, pero que estaba más de una semana internada y lloraba. En la otra cama había una señora más joven que dejó tres hijos pequeños en casa, también sufría.
Las enfermeras cuidaban nuestra salud física y mental, pero creo que sería importante tener especialistas que acompañe a los pacientes.
En mi estadía, escuché a una mujer morir en la habitación de al lado, y, una noche de sábado, una hija gritaba su dolor por la muerte de su madre en otra área del hospital. Entre el dolor personal y el ambiente del hospital, puede resultar un infierno mental.
Los domingos son lo peor: los médicos que atienden son los de turno, nadie se va porque no tiene el alta de su doctor. El silencio en las calles, el silencio en los pasillos, el calor, la imposibilidad de ir muy lejos, si es que se tiene la suerte de poder ponerse de pie. El infierno.
Un verdadero infierno estar separada de mi bebé. Y lo peor fue que, debido a que ya no era una urgencia, en esa larga estadía de una semana, no fui operada (el colapso del seguro). A mi vesícula no le gustó la decisión y, 11 días después, decidió que debía mandar mi cuerpo de vuelta a sufrir por otros ocho días de internación.
Otro infierno mental y corporal. ¿Quién me salvó? Fue Dios que puso las personas indicadas para evitar un colapso mental. En pleno posparto y sin mi bebé, estuve muy cerca de la depresión, pero Dios me dio un compañero que es un padre ejemplar y una familia que me sostuvo.
Si usted trabaja en el hospital o tiene un familiar hospitalizado, no olvide que la salud mental es tan importante como la física y también se debería tener personal especializado para ayudar a los pacientes en las salas; fundamentalmente niños y adultos mayores..