Desde hace algunos años me cuestiono sobre por qué el “nosotros comunitario”, más que el “yo individual”, es el modo predominante en que los bolivianos se representan a sí mismos y representan a los demás. Me explico recurriendo a una anécdota. En 2007 realicé entrevistas a dirigentes campesinos aymaras de Warisata sobre el conflicto de octubre de 2003. Durante una de mis entrevistas a un dirigente campesino le pregunté sobre la impresión que le produjo el anuncio de que el gas sería exportado por Chile. Me respondió “nosotros estábamos muy enojados”. Insistí en preguntarle sobre su impresión individual, y él continuó respondiendo “nosotros creíamos…”. Después de hacerle varias preguntas similares, comprendí que para aquella persona pensarse como un individuo separado de su comunidad era ajeno a su representación. Mi entrevistado era, en tanto formaba parte de un colectivo, su comunidad campesina aymara.
No es un atributo exclusivo de los campesinos comunarios del altiplano norte de La Paz. Recientemente, en el libro Chicha y limonada. Las clases medias en Bolivia (Ceres/Plural 2019) con base en datos del Barómetro de las Américas, Roberto Laserna señalaba que, en el seno de las clases medias, identitariamente mestizas en su mayoría, “el 78,5% responde afirmativamente a la pregunta “¿está de acuerdo en que el individuo no es nadie sin su comunidad?”.
El campesinado aymara, la pequeña burguesía mestiza, la burguesía blanco-mestiza (la “gente decente”), forman parte de esa amplia constelación social a la que denomino las clases-etnias, donde los procesos de individualización vinculados con el desarrollo de la propiedad privada y del capitalismo, es decir la moderna formación de clases sociales, no disolvieron, sino que más bien actualizaron las comunidades étnicas de origen, en las que “el individuo no es nadie sin su comunidad”.
Es en dicha condición donde se configuran criterios de identificación gregarios como los mencionados, habitus que adquieren las más sorprendentes transfiguraciones en las situaciones más insospechadas. Tomemos como ejemplo la caracterización de “sociedad dislocada” de HCF Mansilla, que atribuye a una entidad colectiva, la sociedad, una cualidad individual. Para aclarar nuestro punto, digamos que Hanibal Lecter es un loco de atar, está dislocado; pero, Bolivia, Israel, como sociedades ¿están dislocadas? Una operación similar realizaba Arguedas con su “pueblo enfermo”, equivalente a la mentada “sociedad dislocada”. Mansilla está caracterizando a una sociedad, compuesta por millones de seres, como “uno”. Es decir, incluso el más conspicuo defensor del individualismo moderno tiene grandes dificultades para pensar al individuo, sin disolverlo en una “sociedad dislocada”.
Gregarismos de este tipo suceden todo el tiempo cuando conocidos analistas que aparecen por la televisión, por ejemplo, hablan sobre lo que “la ciudadanía quiere”, “la ciudadanía busca”. Estos “ecuánimes” señores meten en una misma bolsa las inquietudes de millones. En tanto Mansilla representa una cualidad negativa, la dislocación, no pocos notorios analistas representan a una tal “ciudadanía” dotada de deseos benevolentes, por ejemplo, por “la paz social”, “el diálogo”, “la honestidad”.
Tanto en uno, como en otro caso, el análisis racional termina cediendo ante la representación de entidades colectivas dotadas de defectos o virtudes, imaginadas de acuerdo con ciertos prejuicios colectivos en los que “el individuo es nadie sin su comunidad”.
En Bolivia, tanto en las clases-etnias dominantes como en las subalternas, el “nosotros comunitario” convive de un modo combinado con el “yo moderno”.