“Al Wilster lo salva su gente”, establecieron en 2023 la noble dirigencia e hinchas del Rojo. Y lo salvaron. La ardiente hinchada demostró su valía y desde entonces mereció respeto.
San José tuvo una vez una hinchada similar. Adonde iba, llenaba estadios. Hoy, Oriente y Wilster tienen la suerte de tener algo así.
Pero, en el caso de Wilster, ganan el dolor y la bronca. Esta hinchada roja no merece este sufrimiento proveniente de un equipo al que literalmente salvó.
Sin el ánimo de llorar sobre la leche derramada o repartir culpas, sería bueno asumir responsabilidades a modo de autocrítica. En lugar de ver un plantel íntegro, animoso y rejuvenecido, se notó uno mojigato, fingido, sin ganas de sudar la polera, falto de entrega, sin ambiciones y apenas contento con haber logrado el cupo a la Copa Sudamericana. Sin alma.
Un tío me decía, al ver el resumen del partido ante Tomayapo: “Carajo, si yo supiera que ganando llegan al bolsillo 900 mil dólares, me rajo, pues. No me importa si me parten los huevos”. Eso no sucedió.
A eso se suma un conformismo inusual, tibio y raro en la dirección técnica. Si al equipo le falta moral, ahí debería estar el técnico para insuflar arrojo, bravura y talante. Y si le falta estructura, ahí debería estar el perito para afinar la técnica, mover las fichas y aplicar la estrategia. Ahí se hubiesen visto las ganas no sólo de concretar el salvataje, sino de escalar a la cima. Tampoco se vio. Quedan flotando las dudas de por qué ese conformismo.
La dirigencia, esa que se colocó el overol, se remangó la camisa y trabajó 24/7 para sacar del fango al Rojo, en la voz del presidente Mustafá, dijo: “Necesitamos ver cómo refinanciar el club. Les pido disculpas”. ¡Qué gran hombre! ¡Qué gran dirigencia! ¡Qué gran actitud! No es “hasta que la plata nos separe”. Sería fatal. Queda Oriente con la otra maravillosa hinchada. A ver qué sucede en ambos casos.