“Con Evo estábamos mejor”, dice la falacia favorita que el evismo hace circular por la calle. Del otro lado de la vereda interna, se contesta que “se descuidó la nacionalización”, pieza narrativa menos eficaz que, si bien alude a Evo Morales sin nombrarlo, también alcanza al actual mandatario, en su calidad de exministro de economía durante la época del “descuido”.
Aunque el presidente Luis Arce, en alguna cómoda entrevista, señaló que en su momento hizo críticas al interior del gabinete de Morales sobre la parálisis exploratoria, se necesitaría un grado mucho mayor de detalle para darle credibilidad a esa versión: ¿a quién? ¿cuándo? ¿hay registro de esa disidencia?
Más allá de esto, y de que a partir del 2014-2015 podría haberse iniciado alguna reconducción de la política de hidrocarburos, lo cierto es que la desinversión comenzó con la nacionalización misma, que supuso un nuevo cambio de las reglas de juego para las empresas petroleras, un reajuste tributario después del que ya habían asumido con el IDH. A partir de allí, el resultado venía eslabonado: nacionalización, parálisis exploratoria, agotamiento de las reservas gasíferas, etcétera.
A eso hay que añadir que no se previó un fondo soberano de estabilización a la manera noruega, que ahorrara algo de los ingresos para los tiempos de “vacas flacas” y se prefirió el gasto público masivo, sobre todo en empresas estatales que, según reciente confesión de una agencia gubernamental, son deficitarias e insostenibles en al menos el 60% de los casos (cálculo bastante moderado).
En el diagnóstico del domingo pasado no podía faltar el dardo al Legislativo por el “bloqueo” de los créditos internacionales, que efectivamente puede ser obstruccionismo en el caso evista, pero esa interpretación desconoce los cuestionamientos legítimos de otros parlamentarios, preocupados porque el endeudamiento vaya a parar a un barril sin fondo. Ante esto, lo que cabría es acompañar el pedido de aprobación de créditos con un plan de reducción gradual del gasto público, que brilla por su ausencia en el discurso oficial.
Otro aspecto que no cayó bien de la disertación presidencial fue la nula referencia a la crisis de incendios forestales que vive el país. Aunque no fuese el eje central de la conferencia, debió existir un eco de la emergencia y una respuesta al malestar ciudadano. Para eso, Arce tenía a mano (pero no usó) una propuesta del Ministerio de Justicia de acelerar la aprobación del Código Procesal Agroambiental, que podría contribuir al tema, aunque la abrogación de las leyes que promueven la colonización incendiaria sigue siendo lo prioritario.
Por último, pero no menos importante, el tono profesoral ya había caído mal en la reunión del presidente con los empresarios, pero ese primer test no fue suficiente y se insistió para la conferencia pública en ese formato, que suena soberbio y se agrava al no admitir la más mínima autocrítica.
En resumen, el discurso rozó aquella otra metafísica popular que, desde México, prodigaba el ingenioso Mario Moreno “Cantinflas”: “Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora que estamos mal, pero es verdad”.