Qhinchha en aymara significa aciago, nefasto o de mal agüero, pero también adúltero, porque en la cosmovisión aymara quienes van contra los votos matrimoniales se suelen asociar con la mala suerte; de ahí que a un divorciado le digan “qhinchha katin qatati”, como alguien que anda arrastrando la cadena con la que fue unido en la boda.
Los bolivianos somos una sociedad muy supersticiosa; ser supersticioso no es una señal de atraso (los japoneses, coreanos y chinos son terriblemente supersticiosos y se encuentran entre las sociedades más educadas y exitosas del mundo), sino que andamos siempre a merced de las subidas y bajadas de la economía, tanto así que Bolivia nació en medio de una crisis financiera internacional crudísima, conocida como la primera gran crisis mundial.
Así que cuando todo va mal, empezamos a ver señales porque tal vez si estudiáramos economía, veríamos ciclos económicos y falta de medidas para mejorarlos porque los gobernantes anteponen la ideología a la economía. El punto es que el martes pasado un gavilán fue grabado en la plaza Murillo devorándose a un pichón de paloma y no faltó quien dijo que esto era presagio de que algo malo pasaría.
El problema con los presagios es que no sabemos qué nos dicen hasta que las cosas pasan, así que sirven de poco para tomar previsiones. Mientras tanto, damos lugar a especulaciones o a explicaciones científicas a manera de distraernos en lo que buscamos dólares o medicinas que ya empiezan a faltar.
En esas charlas, recordamos viejos presagios del pasado, como los rayos que cayeron en palacio de Gobierno, uno en 1874, y otro el día de los colgamientos de 1947; otro más ocurrió en 2002 mientras prestaban juramento Goni Sánchez y Carlos Mesa; un último, un 22 de enero de 2015 cuando juraba Evo Morales.
Pero bueno, los rayos caen todo el tiempo en todas partes y puede tratarse de coincidencias. ¿Pero qué tal los taparacos? Estas mariposas grandes y marrones a las que muchos temen porque les atribuyen ser anunciantes de la muerte de alguien, hicieron su aparición —a saber— dos veces en plaza Murillo: la primera en 2003, un mes antes de la caída de Sánchez de Lozada, y la segunda en 2019, poco antes de la caída de Evo Morales; ambos acontecimientos tuvieron un número considerable de muertos y heridos en medio de los enfrentamientos suscitados como consecuencia.
También en 2019, el helicóptero en el que viajaba Evo Morales perdió altura y tuvo un aterrizaje de emergencia; sus detractores dijeron que significaba que caería igual que ese aparato. Podría mencionarles cientos de hados catastróficos que se cumplieron o no, pero no debe importarnos el fenómeno en sí sino la reacción de la gente que ya siente la crisis y los presagios le resultan más visibles.
¿Será que estamos qhinchhados? Casi 200 años de vida y pasaremos el bicentenario en apuros económicos que no hemos podido resolver desde nuestro nacimiento; hemos pasado por ciclos de riqueza con la plata, el estaño y los hidrocarburos, pero se nos van de las manos y no logramos superar el “vivir al día”. Mi educación me dice que hay una explicación racional a todo esto, y es la suma de las malas decisiones que tomamos, de escuchar discursos antes que proyectos, de subvencionar a elites económicas (no étnicas o raciales como nos querían hacer creer), de concentrarnos en rescatar nuestra “identidad”, de justificar al indígena o al campesino, de votar por el que cree que la canasta familiar se compra con 100 bolivianos sólo porque no es de “derecha”; de votar por el caudillo de sonrisa sospechosa sólo porque no es del MAS.
Pero esa misma educación me dice también que el azar es algo importante en la historia, no sé exactamente cuánto. En algún momento sabremos (o no) el significado del gavilán que se devora al polluelo y otra vez discutiremos su trascendencia, ya en otro ciclo económico y con nuevas viejas esperanzas.