Una de las intenciones que se rezaba en el oficio de Viernes Santo de la Iglesia Católica decía: “Oremos también por los pérfidos judíos, para que Dios Nuestro Señor quite el velo de sus corazones, a fin de que ellos también reconozcan a Jesucristo Nuestro Señor”. A continuación, la oración que le correspondía decía: “Oh Dios omnipotente y eterno, que no rechazas de tu misericordia a los pérfidos judíos, oye las plegarias que te dirigimos por la ceguedad de aquel pueblo, para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Jesucristo, salgan de sus tinieblas. Por Jesucristo Nuestro Señor”.
Después del Concilio Vaticano II, la Oración Universal que se reza en la indicada celebración de la Pasión de Nuestro Señor dice: Oremos por el pueblo judío, el primero a quien Dios habló desde antiguo por los profetas. Para que el Señor acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza que selló con sus padres”. Y se complementa del siguiente modo: “Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por nuestro Señor. Amén.
Más allá de que, en principio, la palabra “pérfido” tenía sólo una connotación religiosa y se refería a aquel que se había desviado en la fe, para casi inmediatamente significó “el que tiene mala fe”, para acabar significando simplemente malo, perverso, desleal o traidor, es evidente la diferencia entre ambas oraciones y da cuenta del espíritu que animó al Concilio Vaticano II.
Pero, no fue sólo eso, sino que en dicho evento, que tuvo lugar entre los años 1962 y 1965, por iniciativa del gran papa Juan XXIII (“El papa bueno”), el 28 de octubre de 1965, por una votación de 2312 obispos a favor y tan sólo 88 en contra, aprobó la declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, en la que se lee: “Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. (…) Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo; sin embargo, lo que en su pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. (…) Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.
El texto original no “deploraba” sino que “condenaba” las expresiones de antisemitismo, pero la curia (¡cuándo no!) consiguió cambiar el vocablo, lo que no quita, en absoluto, contundencia a la posición de la Iglesia. Tampoco puede perderse de vista que la declaración es muy clara en cuanto a que no asume posición política alguna, lo que aleja a la Iglesia del reconocimiento del Estado de Israel nacido el 15 de mayo de 1948, a instancias de Ben Gurión, el sionista que aspiraba a crear un gran Israel que incluyera a la Franja de Gaza y Cisjordania. No está de más recordar a este respecto que dicha fecha es para los palestinos “el día de la catástrofe”.
En la actualidad, Netanyahu y sus muchachos afirman sin rubor y sin temor a equivocarse que ambos territorios son parte de la “tierra prometida” por Yahvé a los judíos.
Basados en ello y exagerando la respuesta a la barbaridad cometida por el grupo terrorista recién mencionado el 7 de octubre de 2023, han asesinado hasta ahora a 40.000 palestinos, la gran mayoría de ellos ancianos, niños y mujeres. Bombardean impunemente escuelas, hospitales y campos de refugiados, bajo el pretexto de que en ellos se mimetizan terroristas de Hamás. Afirman que es moral y justo dejar morir de hambre a los palestinos que están en la franja de Gaza. Implementan campos de tortura en los cuales la violación es una de las prácticas preferidas. Estos gobernantes, que se jactan de ser una democracia perfecta, son simples, vulgares y desalmados genocidas.
Salvando las situaciones concretas, ¿no son en el fondo iguales a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, o al barbudo que hace de las suyas en El Salvador? ¿Su actitud no es comparable o mucho más grave que la de los desalmados que mataron en Bolivia, entre otros, a José María Bakovic y Marco Antonio Aramayo y están a punto de repetir su “hazaña” con María Eidy Roca?
La perfidia es mala consejera, pero lamentablemente se la practica con demasiada frecuencia.