En una conferencia, la feminista, política y antropóloga Marcela Lagarde, quien acuñó el término feminicidio para nombrar los asesinatos de las mujeres por su condición de género, sostiene que para terminar con la violencia hacia las mujeres se debe cambiar las estructuras del mundo, esas que forjan los sujetos y objetos de ese mundo. Esas estructuras producen un ordenamiento social desigual, puesto que, en razón de género, los varones quedan en una mejor posición respecto a las mujeres. De esa estructuración, de manera cotidiana, espontánea y naturalizada se despliegan los comportamientos, hábitos y valores machistas; es decir, una cultura patriarcal envuelve a hombres y mujeres. Luego, recién emerge una moral en la que se expresan las ideologías, los mitos, leyendas, canciones machistas, chistes vulgares, y lenguaje soez contra las mujeres. Todo este conjunto, genera una cultura propicia para que la ira misógina se despliegue. Por tal razón, continúa la antropóloga, se necesita cambios en la estructura social, económica, laboral, política, jurídica, normativa, cultural, y luego recién, una transformación en la moral.
Hoy, que se conmemora el día de la mujer boliviana, somos testigos del pugilato vergonzoso del partido de gobierno en el que tanto una facción como la otra, en el intento de exterminarse, sacan a relucir de la manera más grotesca quién fue más inmoral y sinvergüenza al haber cometido delitos sexuales, adulterio, uso indebido de bienes del Estado, en fin, una serie de acusaciones burdas. Lo reprochable e indignante de lo que unos y otros arguyen es que las mujeres, adolescentes, jóvenes o adultas son objetos utilizables para sus riñas y disputas políticas, nada más lejano de una verdadera y seria despatriarcalización. Siempre son mujeres como: Noemí, Gabriela, Jessica, y un largo etcétera quienes se encuentran en el centro del escándalo. Tanto a jueces, fiscales, y ni qué decir a los denunciantes, lo que más les interesa es hacer escarnio con el culpable, que resarcir a la víctima. Este 11 de octubre, ¿tenemos algo que festejar?
En lo que va del año, sesenta y nueve mujeres han sido asesinadas. La tan necesaria ley 348 parece que se quedó corta y chata, pues los asesinatos de las mujeres se han convertido en algo cotidiano. Tal vez en Bolivia, hemos acabado acostumbrándonos a la violencia hacia las mujeres. Por encontrarla natural, como si formara parte del paisaje. En el contexto regional, el país es uno de los que tiene la tasa más alta de feminicidios. Esta situación no eriza la piel ni de la sociedad ni la del Estado, que pasan a ser feminicidas por omisión o complicidad. Más del 98 por ciento de los asesinos quedan impunes, libres, y así se reproduce y empodera el patriarcado. Esta cifra macabra da cuenta de lo arraigado y extendido que está el machismo en el país. Cada uno de nosotros y nosotras somos parte de este orden social, donde la violencia reside, se acomoda, y pretende quedarse para siempre debido a la apatía, la negligencia, y la reproducción de un sistema machista. Hoy, ¿tenemos algo que festejar?
Este 11 de octubre no queremos ni rosas, ni chocolates. Queremos que cada mujer niña, adolescente sea tratada con igualdad y respeto; sea reconocida como ser libre, y no posesión de alguno. Ante todo, en el país, no queremos seguir contando nuestras muertas. No queremos la violencia como forma de relación. No queremos pasar a ser una estadística más en el número de feminicidios. Cada mujer asesinada es una tragedia. No queremos ni feminicidas, ni abusadores, ni que nos cosifiquen para sus fines políticos. A 170 años del natalicio de la precursora del feminismo en el país, Adela Zamudio, diría que sigue siendo un privilegio en Bolivia “nacer hombre”.