¡Cómo pasa el tiempo! Dentro de 15 días, el próximo 8 de noviembre, Luis Arce pronunciará su penúltimo discurso-informe como presidente del Estado en el período constitucional 2020-2025. Habrá completado cuatro años de un gobierno masista sin Evo Morales al frente. Seguramente el acento estará puesto en el Bicentenario de la fundación de la República con cifras edulcoradas, se despachará un par de loas al proceso de industrialización y tal vez intente mostrar que tenemos un horizonte de prosperidad.
Al margen de los discursos oficiales, ceremonias interreligiosas, desfiles de empleados públicos y sectores sociales cooptados, aplausos a rabiar de los arcistas y críticas furibundas de los opositores y evistas, una pregunta empezará a circular en ámbitos políticos, académicos, sindicales, empresariales, periodísticos y de la comunidad internacional: ¿Cuál será el legado del presidente Luis Arce cuando Bolivia llegue al primer cuarto del siglo XXI?
Lo primero que hay que anotar es que en la agenda de preocupaciones y de tareas de su gobierno el tema excluyente es la guerra sin cuartel por el poder con la facción de Morales. El resto de problemas y desafíos pasaron a un plano secundario. Cuando David Choquehuanca colocaba la banda presidencial a Arce Catacora en el viejo Palacio Legislativo, el 8 de noviembre de 2020, nadie en el MAS imaginó que la polarización y la belicosidad política escalarían al nivel de tener a todo un país en calidad de rehén de una pelea interna, casi desquiciada.
Los retos del nuevo gobierno, en noviembre de 2020, fueron superar la pandemia, reactivar la economía y reconciliar a los bolivianos después de la grave crisis política de 2019. En el primer año de gestión (2020-2021), lo más sobresaliente fue haber conjurado la Covid-19, aunque con dificultades en la llegada de las vacunas de origen ruso. Cinco olas dejaron en Bolivia un poco más de 902 mil casos confirmados, 841 mil recuperados, casi 22 mil muertos y un sistema público de salud librado a su suerte durante el régimen de Morales, pese al auge económico.
A partir de 2021 y hasta estos días, la pugna política ha sido el eje transversal, la razón de ser de la administración gubernamental. El presidente se cansó de ser visto como títere del caudillo y lo convencieron de que es un estadista capaz de liderar el “proceso de cambio”. Morales se dio cuenta de las ambiciones desmedidas de su delfín político y lo convencieron de que el plan es arrebatarle todo: sigla, jefatura y nueva candidatura. La cantidad de escaramuzas en estos tres años es realmente extensa. Comenzó con el pedido de cambio de ciertos ministros y llegó al intento de meter preso al jefe del MAS y buscar la renuncia del jefe de Estado.
En medio de la guerra de facciones, la multicrisis. Crisis económica, crisis ambiental, crisis cambiaria, crisis energética, crisis alimentaria, crisis institucional, crisis política, crisis moral… La percepción entre la gente que no pertenece a ninguno de los bandos es que nos están arrastrando a la decadencia del oficialismo y que, en 20 años de gobiernos masistas, hemos terminado atrapados por la anomia. Lo irónico en todo esto es que el evismo y el arcismo creen que salvarán al país de caer al abismo. Están convencidos de ello.
De nada sirvió la propuesta de relanzamiento del Ejecutivo, antes de que la crisis multidimensional se instale en el país, una recomendación que pudo haber generado el reposicionamiento del mandatario y su administración para tener cierta perspectiva electoral. Tampoco sirvió haber acumulado hasta principios de este año un arsenal de casos contra Morales sobre corrupción, narcotráfico, pedofilia y traición al instrumento político porque la decisión fue esperar, abrigando la esperanza de que se podría negociar con el evismo un acuerdo que termine beneficiando las pretensiones del arcismo.
El legado presidencial se refiere a las políticas, decisiones, logros y también fracasos que se deja al finalizar el mandato, antes de cuatro años y ahora de cinco con posibilidades de una reelección para que sean diez. Generalmente, el legado se evalúa en términos de las reformas económicas, sociales, políticas, ambientales, de transparencia y de derechos humanos que se hayan implementado en un período de gobierno. Es una forma de medir el impacto y la huella que deja un gobernante a corto, mediano y largo plazo.
¿Cuál será el legado del presidente Arce? Hasta el momento no se pinta auspicioso para él, su entorno y su gobierno. Todo apunta a que concluirá su mandato 2020-2025 como responsable de causar el descalabro de la estabilidad económica de 40 años, aniquilar la frágil institucionalidad democrática, destruir el medioambiente para beneficiar los intereses de unos pocos, priorizar la persecución política para cumplir los caprichos del caudillo y luego para intentar anular a ese mismo caudillo.
La corrupción también será parte de las sombras porque llegó a tocar a su familia y el narcotráfico echó profundas raíces en varias instituciones estatales durante estos años. Se añadirán la pusilanimidad, la inoperancia y la violación de los derechos humanos. Aún están frescos en el imaginario colectivo el secuestro de periodistas y policías en Las Londras y el grosero desalojo de Amparo Carvajal de la sede de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia para entregársela a un grupo de asaltantes, fanáticas y fanáticos del matonaje político practicado primero en el evismo y ahora en el arcismo.
Desde filas evitas es probable que se señale a Arce como el causante del inicio del fin del “proceso de cambio” como si Morales y sus seguidores estuviesen exentos de la descomposición ideológica y política del MAS. El cruce de graves acusaciones ha herido de muerte la capacidad organizativa de los mandos medios y la militancia de base se siente avergonzada por el vaciamiento de los contenidos esenciales del instrumento político. Prima la desmoralización. Entonces, ¿cómo responderán los ministros, analistas, agitadores, periodistas y autoridades electas del arcismo?
Hay una opción que puede cambiarlo todo. Poner entre rejas a Morales por el caso de estupro y trata y tráfico de menores denunciado en Tarija y cuya víctima fue, en 2015, una adolescente de 15 años. Amalia Pando y este servidor preguntamos en el programa Último Momento si el Gobierno debe detenerlo o renunciar. El 87% respondió que el caudillo debe ser aprehendido y el 13% expresó que Arce debe irse. Hubo un total de 1.800 participaciones.
Será interesante leer, ver y escuchar las reflexiones desde varias perspectivas sobre legado del presidente Arce en el año del Bicentenario porque, mientras se estén buscando respuestas a la pregunta sobre su impronta tras cinco años de ejercicio del poder, otra pregunta, aún más provocadora, empezará a rondar los ámbitos políticos, académicos, sindicales, empresariales, periodísticos y de la comunidad internacional: ¿Cuándo se jodió el MAS?